La Naturaleza nos habla constantemente a través de formas, colores, texturas, olores y diversas expresiones de la vida animal, comunicándonos diversos aspectos y situaciones del mundo y de nuestra vida. Pero el simbolismo de la Naturaleza variará en función de su contexto, por lo que convendrá que conozcas bien el contexto natural. Cada animal tiene sus rasgos, movimientos, formas y colores característicos, y cada uno mantiene su peculiar relación con los seres humanos.
Al igual que diferentes pueblos que hablan una misma lengua tienen diferentes dialectos y acentos, lo mismo ocurre con el lenguaje de los animales, y de ahí que tengas que aprender el dialecto que mejor te sirva. En la antigua Roma había sacerdotes que se encargaban de observar e interpretar los augurios naturales para orientar a los altos cargos en los asuntos públicos. A estos sacerdotes se les conocía como augures, y «Julio César fue un respetado augur». Aunque, en su origen, los augures eran expertos en el lenguaje de los pájaros, expertos que escuchaban lo que decían las aves, esta expresión terminaría aplicándose a todo aquel que utilizara a los animales y su lenguaje con propósitos adivinatorios, desarrollándose una especialidad entre los augurios que llegaría a ser conocida en la antigua Roma como auspicios.
Los auspicios eran un método de lectura del futuro que tomaba como objeto las actividades de aves y animales. Los antiguos augures estudiaban la Naturaleza y aprendían a interpretar sus señales, a comprender su lenguaje. Cada augur tenía su propia especialidad, trabajando algunos de ellos con las aves y otros con los animales y las expresiones de la Naturaleza. Independientemente de esta especialidad, cada augur debía establecer una estrecha relación con la Naturaleza y tenía que desarrollar una profunda comprensión de ella.
Al igual que diferentes pueblos que hablan una misma lengua tienen diferentes dialectos y acentos, lo mismo ocurre con el lenguaje de los animales, y de ahí que tengas que aprender el dialecto que mejor te sirva. En la antigua Roma había sacerdotes que se encargaban de observar e interpretar los augurios naturales para orientar a los altos cargos en los asuntos públicos. A estos sacerdotes se les conocía como augures, y «Julio César fue un respetado augur». Aunque, en su origen, los augures eran expertos en el lenguaje de los pájaros, expertos que escuchaban lo que decían las aves, esta expresión terminaría aplicándose a todo aquel que utilizara a los animales y su lenguaje con propósitos adivinatorios, desarrollándose una especialidad entre los augurios que llegaría a ser conocida en la antigua Roma como auspicios.
Los auspicios eran un método de lectura del futuro que tomaba como objeto las actividades de aves y animales. Los antiguos augures estudiaban la Naturaleza y aprendían a interpretar sus señales, a comprender su lenguaje. Cada augur tenía su propia especialidad, trabajando algunos de ellos con las aves y otros con los animales y las expresiones de la Naturaleza. Independientemente de esta especialidad, cada augur debía establecer una estrecha relación con la Naturaleza y tenía que desarrollar una profunda comprensión de ella.